martes, 28 de junio de 2011

Vacaciones, día 4 - Parte III - 12:07

Ayer hablabas de mañanas ajetreadas, llenas de ruido y palabras, donde cada máquina toca su propia canción. Y hablabas de música, y silbar, y tararear.... Echo de menos esas mañanas (unas pocas) y esas tardes (la mayoría). Ahora, mis mañanas son un compedio de luz y calor que se filtran por entre las rendijas de mi puerta y mis ventanas, hasta que me despiertan.

También del ruido inevitable que sube por las escaleras, al ponerse la vida en marcha. Y del olor a café recién hecho, aunque no huele tan bien como el que tienes tú, y ya sabes que ni siquiera me gusta el café. Así que no tengo más remedio que levantarme (y a qué horas) y asomarme a la terraza para ver que clase de día va a ser hoy, mientras enciendo el primer cigarro y un coche pasa pitando.

Y aquí estoy.

6 comentarios:

  1. A veces, el día amanece lloviendo. Donde anoche había rocío y frescura, hoy había niebla. Ligera, pegajosa, incómoda. Y pese al frío inadecuado para mi chaqueta veraniega, y el cielo encapotado, como con ganas de llorar, dentro de mis cuatro paredes se coció una mañana de carreras y sonrisas. Hacía sol en mi cárcel de hormigón.

    A veces, en el discurrir del día, se pierde la niebla y aumenta la temperatura. Volví a casa con las ventanillas del coche bajadas, y las gafas de sol. No sonó la canción que esperaba, pero canté igualmente. Al llegar a casa, tormentas impredecibles se desataban en el rellano.

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  2. Era la vida, que me aguardaba allí sentada, esperando que regresara. La vida que intento olvidar entre todas estas palabras, entre todas estas imágenes... entre las costuras de mis horas. Por eso este tiempo inaudito, de sol y viento, de niebla y noche; un "tempo" intercalado entre el humo de mi cigarrillo y mis prisas, donde no alcanzo a distinguir quién y cómo deseo despertar.

    Nos une la canción susurrada a gritos, la necesidad de entrar y salir y entrar, la búsqueda de la novedad y la sorpresa, pero sobre todo los leones.

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  3. La niña murciélaga28 de junio de 2011, 13:32

    Hoy lloré tres veces. Dos y media, para ser más exacta.

    La primera de todas fue conduciendo camino a casa. Paré en el ceda que hay antes de mi calle, y vi a un señor esperando en la acera. Me recordó a una tarde, hace seis años, en la que vi al abuelo Ignacio mientras bajaba andando por la Plaza del Carmen. No era él. El frío me congeló al darme cuenta de que el abuelo está muerto.

    La segunda vez fue con la tarde escurriéndose en el reloj, cuando apuro el segundo exacto de encenderse las farolas para el último cigarro vespertino. Se acercó despistada la gata blanca. Intenta maullar, como el gatito de Alba, pero no puede, sólo emite algo que, con dolor, parece ser un sonido. "Vuelves ahí, gata", le dije. Y se acercó a mi lado, se sentó en el suelo y comenzó a lamerse. "Cuántas aventuras pasarás gata... y qué sola". Y al pensar eso, lloré de nuevo.

    La última vez que lloré hoy, la que hace la media, fue hace un segundo inexacto. Pero eso es demasiado triste para una noche de martes.

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  4. Pienso, durante dos milésimas de segundo, en esta noche de martes, y en el resto de noches de martes. Los recuerdos se me emborronan, y sé que muchas de las personas que aparecen en ellos están muertas, o lo estarán pronto.

    Y no puedo llorar por ellos, aunque sé que llorarían por mí si hiciera falta. Y cuando leo en los periódicos de hoy, que la niña murciélaga ha llorado dos veces y media, me siento perdido y estupefacto.

    No sé cómo ha podido pasar, y pregunto a mi alrededor, a cualquier gata que se acerca en busca de consuelo, si sabe algo al respecto, si lo han oído en la radio.

    Pero sólo maullan silencio. Y yo lloro desconsolado.

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  5. (ja! mui bieeeeeeeen) XDDD mui mui bien :)

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