martes, 21 de junio de 2011

008


El ratón en las tripas de la chica,
tu sexo de serpiente,
mis labios: sueño y cenizas;
cien ciervos,
cien perros nadando a contracorriente.
Las sábanas empapadas en sudor,
la fiereza de llamarte por cualquier nombre,
la verdad como forma de violencia:
la nada absoluta en una botella,
el universo en una gota de alcohol.
El disparo que atraviesa el cristal y mi cabeza,
tu sonrisa,
nuestra noche de despedida.
Acariciar y lamer tu culpa,
vendarte los ojos y ponerte contra la pared:
arder, creer, crecer.
Pero nuestros hijos no podrían estar más muertos,
no somos más que un deseo imposible,
el silencio del adiós,
tan sólo el futuro en llamas.
Somos espejos rotos,
el reflejo avergonzado de nuestro fracaso,
somos luto y duelo:
la cruz clavada en el suelo.
Me olvidé de ti,
y me guardé para mí la desesperación, el llanto,
me guardé para mí nuestra canción:
versos crucificados.

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