sábado, 30 de julio de 2011

Madrugadas

Hoy tu sexo se asemeja al lagarto despellejado que encontré de niño,
y me da miedo mirarlo,
como si aún estuviera vivo, y fuera a moverse.
Hoy mis ojos no pasan de muerto reencarnado,
de océano apesadumbrado,
de grito retenido:
no me basta tu palabra, ni tu cuerpo, ni tu alma.
Todas mis promesas no valen nada,
y las tuyas ya no las cumples desde los dieciséis años;
no voy a hacerte cambiar,
ni de opinión ni de máscara: estoy acostumbrado a la tuya.
Pero sigo temiendo que tu sexo siga vivo,
y tú respiras borracha, todo te da igual,
a mí también empieza a no importarme.
Ya no le encuentro sentido a esta farsa,
y el aire cuesta abajo de mi terraza me excita más que tú:
tampoco lleva nada bajo la falda.
Así que desespero, y te aparto, y me siento a fumar,
y ardo como arde mi cigarrilo,
como ardes tú en sueños, pensando en otros,
como arden las cosas buenas de este mundo.
Y no se me ocurre preguntar por qué, no quiero saberlo,
pero intuyo ciertas miradas, un maldito desconsuelo,
llevo cortando alas a los pájaros toda mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario