domingo, 5 de diciembre de 2010

Tus ojos

Descienden a las catacumbas tres perros sin ojos
o sin cabeza;
un matón insomne y borracho frente a una burbuja de cristal,
la sangre que brota empapando la nieve
en un fulgor rojo y negro.
Y el miedo como dos cables cortados supurando electricidad,
soportando sollozos gravemente enfermos.
Y tus ojos como dos navíos de papel, ahogándose, hundiéndose.
En el laberinto la piedra se torna olvido,
cárcel sin muros, padres sin hijos,
tus ojos no tienen más vida que los muertos
que zigzaguean en una autopista de orfebrería barata.
Y descubro, no antes de romperme las manos,
los cadáveres de dos alma quebradas por la palabras:
no, nunca, jamás.
Palabras oscuras y limpias,
de grave resonancia incoherente e infinita,
palabras como puñales subversivos.
En el laberinto la piedra se torna hierba y niebla,
y el musgo araña impasible la tierra bajo la que yacen tus ojos.
Tus ojos de hábil institutriz manipuladora,
de mentirosa eterna,
de francotiradora abrupta.
Y descubro, no antes de irme solo a mi casa,
que los platos donde comen los perros
están llenos de ese amor comprado y prefabricado
que venden tus ojos.

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