domingo, 5 de diciembre de 2010

La calavera oculta en tus ojos y en los cristales

Crisálida de ojos huracanados,
que vives recogiendo los pedazos del espejo:
los restos de madre que aún te quedan.
Medusa de bífidos cabellos,
templada al sol de un Oriente esquizofrénico,
curtida en mil batallas bajo los ojos de la Luna.
Memoria de cristales astillados,
hambriento disparo a los ojos,
calidez amarga tus manos,
caída a un precipicio de lobos.
Flor marchita y venenosa,
deshojada de todo lo que te importó algún día,
te arrastras sobre un océano de tinieblas infinitas
como quien huye de montañas y alces enfurecidos
y sólo sabe reír y pensar en sí misma.
La luz, la eternidad, la palabra,
mugen y se contraen,
mutan en una orgía desprestigiada donde cada instante
naces y mueres.
Y crías cuervos que no te sacarán los ojos
porque ellos mismos están ciegos;
y corres y gritas hasta que no te queda más aire,
hasta que caes de rodillas,
hasta que, apartando la tierra,
descubres que la calavera ocupa el lugar del beso.

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