domingo, 5 de diciembre de 2010

Canción de cuna para mis dedos en la copa

Liviano y estúpido, precipitado y confuso,
se me rompe el sueño y el iris cuando llegas acompañada de tu dios,
en una carroza de serpientes entrelazadas en el fuego,
danzando dentro de un abrazo sucio y apagado.
Y brillas, brillas como antaño, o aún más fuerte:
cada uno de tus pasos resuena en mi cabeza
como una burlona carcajada interminable,
pero tu belleza me tiene atrapado en una mortaja arácnida,
nítida y translúcida a la vez igual que tus ojos.
Y se me pudre dentro esta ira precozmente eyaculada,
en un pozo sin fondo de encuentros y desencuentros,
de asco y miedo, de drogas y luz,
un laberinto arcaico tallado en cristal de ginebra,
pulido en cada domingo de resacosa resurrección.
Y cada lunes vuelve a partírseme el alma al verte,
al comprobar que eres tan real como yo y tan inalcanzable;
y cada martes, cada miércoles, cada jueves,
paseo como un fantasma olvidado,
esperando que llegue el viernes,
esperando, esperando, esperando.

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