jueves, 22 de septiembre de 2011

Vacaciones - Parte II - Día I

Hoy mi terraza es mucho más cariñosa conmigo, y me pregunta quién eres: "Nadie", le digo sonriente, y termino el cigarrillo. Noto esos ojos nerviosos y cuchicheantes por todas partes, que esperan que escriba lo que tengo en mente, que ponga un disco, que hable solo. Pero hoy no tengo las palabras, y no tengo la prisa, la preocupación, el anhelo...

Disfruto un poco más de cada segundo, y no se me va esta sensación de trabajo bien hecho, de encuentro, de risa y silencio. Y termino una cena más exótica de lo normal, y las paredes tienen otro color, más humano. Y no se me acaban las ganas de reír, y de celebrar mañana un nuevo viernes, con una vaga esperanza en el futuro, y una reencontrada fe en el pasado.

Así que a falta de poesía lo suficientemente especial, rebusco en palabras llanas y corrientes, como en los viejos buenos tiempos, de cenas a deshoras y café por la mañana. Ha caído otro récord, enhorabuena.

Gracias, de verdad. Muchas gracias.

4 comentarios:

  1. La tarde fue todo sol, y risas. La sobremesa de un mediodía perfecto. Lleno de historias, y de muñecos, de canciones y de textos estampados en las paredes. Textos ajenos que es increíble que sean tan personales.

    Salí de paseo, con cañas y besos. Conduje todo el camino de vuelta cantando. Y ahora le quito la etiqueta a la nueva camiseta de los Beatles.

    Y estoy contenta. Porque Alberto es como yo. En el país de las maravillas, los dos somos Alicia.

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  2. Mientras tu trabajas, yo dormía. Me desperté sobrepasado el umbral de las diez, y eso me pone de mal humor. Me hace echar pestes y maldecir como un cosaco del ejército ruso. La noche fue larga, pesada e interrumpida mil veces. Soñé cosas malas, y cosas buenas, pero lo único que recuerdo es tu camiseta de manga larga. La de las rayas verdes y negras.

    Mientras tú trabajas, yo tomo el café. Está frío. También me gusta caliente. Pero nunca me paro a cuidar los detalles. Y mirando al vorágine de cosas desordenadas a mi alrededor, me pongo triste al pensar que yo jamás podría enseñarte mi guarida, ni ninguna de las guaridas anteriores. Ropa de invierno, y de verano, recuerdos que no recuerdo, y recuerdos que no lo son, libros, fotos, cientos de discos rayados. Todo amontonado sin cuidado, sin orden, sin explicación. Todo caos. Como yo.

    Mientras tú trabajas, me duele la cabeza. Pienso en terminar de domar el pelo rebelde, calzarme un vaquero y dar un paseo minúsculo, hasta el rincón donde me escondo, que cada día es más feo, menos rincón y menos mío. Fumar a escondidas y volar de vuelta, a darle un orden a esta hecatombe infinita.

    Pequeños placeres. Cada libro en su sitio, en un orden cromático con cierto sentido. La ropa con olor a plancha, sacudir el polvo y la pena por la ventana....


    Mientras tú trabajas, yo pienso en lo único que te falta. Mi estantería con millones de libros. Con sus libros normales y sus libros tesoros. Y la gata que grita, que implora, que se desgañita, mientras escribo, reclamando cariño.

    Mientras tú trabajas, no te creas que yo vivo.

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  3. Esta mañana me comí las últimas moras del verano. Las palas y las excavadoras arruinaron ligeramente el momento. Eché de menos a Roxana. Aprobó Equipos este año. Ella habría sabido saborear no sólo las moras, si no los brazos articulados y los cilindros hidráulicos.

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  4. Esto es ya demasiado; pero voy a callarme.

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