Domingo, otra vez
y la luz que entra por mi ventana no alumbra nada,
nada absolutamente,
pero sí lo hace tu recuerdo.
Y la tarde, y la noche,
se van entre intervalos de sueños,
entre períodos de dos o tres horas,
en los que me asomo al mundo,
y el mundo está vacío.
Domingo, otra vez,
y mantengo mis manos agarradas a la esperanza,
que se ríe de mis uñas pintadas,
que encuentra divertido mi propio abismo,
y tengo miedo del miedo,
y tengo miedo del silencio,
tengo miedo de haberme perdido.
Domingo, otra vez,
y espero a que el día se enturbie en diferentes tonos,
espero no haber asustado a los gatos,
no romper su independencia:
espero no perder la confianza que une nuestros lazos.
En las entrañas de la noche comencé a escribir sin mesura.
ResponderEliminarLa poesía que llevaba tanto tiempo callada
no pudo evitar explotar de nuevo
y manchar otra vez de tinta todas mis esperanzas.
Me sentí de nuevo vacía, desnuda e inquieta.
Imaginé paraísos oscuros de cafés y bajamares eternos,
de invierno en un pueblo costero.
Imaginé la soledad en compañía.
Y me sentí grande, y pequeña, gigante y diminuta
y nunca de mi tamaño
Y me sentí cerrada e inconclusa, y abierta.
Y me sentí desordenada.
Las formas de este nuevo mundo que construimos diagonal
con frecuencia me abruman y desconciertan.
A todas partes se llega subiendo millones de escaleras.
Y siempre es el mismo mito que cuentan todas las fábulas.
En todas me pierdo, me encojo o muero devorada.