martes, 6 de marzo de 2012

Hoy, hoy me deshago de mí.

El estruendo, el llanto quedo,
estos cuervos que florecen en mis árboles de cartón,
esta pesadilla pegada a mi cuerpo,
esta sexy y lujuriosa desesperación,
esta ceguera insomne de mis manos,
volver a acariciar la navaja, el aire, la idea:
esta heroica cobardía de seguir respirando.
Mantener la llama fija,
porque sé que nadie está mirando,
porque ya no queda nadie alrededor:
esta arena cristalizada en mi vaso,
este trago amargo de alcohol.
Mantener estos dos ángeles encadenados,
y ver cómo mis lobos les arrancan esperanza a dentelladas,
demostrar que no hay abismo,
que nosotros somos el abismo:
no nos devolvemos las miradas.
Perder como hemos perdido,
renunciando demostrar que aún perdidos amamos,
que aún doloridos y angustiados podemos sonreír,
en el espejo se nos ha roto la luna:
¿qué queda de ella, gatos?.
Romper lo que queda por romper,
quebrar lo inexistente, lo intangible:
la risa, los recuerdos, las lágrimas.
Todos estos versos que empiezan a ser míos,
toda esta vida que he encontrado y que no sé vivir,
toda esta sangre otra vez en mis manos,
todas las palabras me acusan a mí.
¿Por qué no encuentro ahora versos desordenados?,
caricias que recuerdo en medio de la tempestad,
¿dónde está ahora la mentira y el engaño?,
¿por qué, mi sombra?,
¿cuándo decidiste desertar?.
Abandonar ya toda sensación de lucidez o pulcritud,
reconozco los restos de semen en las sábanas:
las he quemado y siguen ahí.
Como las tibias que partí aquel día,
como aquel penúltimo disparo,
como la tierra que aplasta espíritus antes mundanos:
hoy, hoy me deshago de mí.

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