lunes, 12 de marzo de 2012

El sonido de los días oscuros bajo el sol

El sonido del silencio atenazando mis entrañas,
en la espera, la causa es la derrota,
el sonido de la nada absoluta bajo tus alas,
la sensación de frío, de oscuridad,
la sensación de que el tiempo no pasa, se agota.
El sonido limpio e impoluto de las dos de la mañana,
mientras aúllan las sirenas,
el cántico nocturno de los que están solos y desesperados,
de los que sueñan ebrios otras vidas,
otros colores:
el sonido de todos y cada uno de estos latidos incontrolados,
hasta que se paran.
El sonido de los pasos que no damos,
de la tela que se arrastra por nuestra piel,
el sonido de todos estos nuevos gatos de miradas tristes,
el sonido quedo y ahogado del llanto y la disculpa,
el sonido de levantarse a tirones de la cama y la vida,
el sonido verde anaranjado de la esperanza:
marzo, marzo, por favor, respira.

4 comentarios:

  1. La gata sobre el tejado12 de marzo de 2012, 14:59

    La pesadilla acechando cada vez que cruzo el umbral.
    De dentro a fuera y de fuera a dentro.
    Me observa con sus ojos de péndulo mientras doy vueltas confusa y desorientada.
    Y me persiguen los millones de argumentos que esgrimo incansable.
    Entre los naranjos y los puertos me justifico millones de veces.
    La culpa es siempre de otras manos asediantes.

    El reloj se consume derritiéndose mientras el café sube. Yo bajo al averno.
    El vómito se acelera como constante, pérfido crecente y decrecente
    tempo de las horas.
    Me embriagan los sonidos de los días de verano ficticio, y mis sombras proyectadas
    dibujan cicatrices por todas tus paredes.
    Te odio tanto como me odio, tanto como odio al mundo.
    Y se me escapa efímero el descanso entre el amanecer y la muerte.
    Y ya no siento ni los párpados ni el cielo de la boca.
    Y tengo desengrasadas todas las articulaciones.

    Estoy sola y desterrada.
    El remanso cálido donde acontecía el descanso es el agrio despertar de las pesadillas de mañana.
    Tiemblo de verme, de sentirme, de olerme y de mirarme.
    Nunca me escucho. Nunca me creo. Ni siquiera mi nombre puede ya representarme.
    Me gasté las palabras, las tiré por la borda, las escupí desgarradas, las diluí entre tu sangre,
    las regalé y las repetí, las esparcí y se perdieron.
    No puedo dejar de culparme.
    Mis cicatrices arañadas por todas las paredes dibujan oscuras muecas
    en las horas suspendidas entre el anochecer y la muerte.
    La culpa la tienen siempre otras manos asediantes.

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  2. La gata sobre el tejado12 de marzo de 2012, 15:00

    En cada dolor hallo derrota.
    En mi piel de rayas rojas encuentro el lápiz que se rompe.
    En los surcos de tinta bajo mis ojos encuentro la luz que se apaga.
    En los pinchazos de veneno en la espalda encuentro los látigos instigadores de la incertidumbre.
    Me ahogo en mi propia sombra.
    En cada dolor hallo derrota.

    Y la jornada termina y me encuentro vencida en la misma batalla.
    Los días no son sino apartados de una retícula
    que a fuerza de repetirse
    se vuelve inconexa.
    Estoy tan cerca del reflejo de mi reflejo que no distingo más que el blanco de mis ojos.

    Perdóname vida por haberte degradado.

    La luz tiende a ocultarse, y el universo descompuesto a gris, respira.
    Aquí en mi casa tengo todo el fuego que puede calentarme. Tengo mi soledad
    y mi gata. Y mis millones de libros. Juego a perderme y ya nadie me encuentra.
    Perdóname vida por haberte empujado hacia el abismo.

    Y en el apagarse de la tulipa rosa y en la alfombra cálida y en la ventana al vacío
    encuentro oxígeno y cordura, suavidad y complacencia.
    Y las miro de frente y las escruto impasible
    y hallo dolor en cada derrota.

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  3. MI LINEA SUBRAYADA


    En mi línea subrayada sobre el horizonte, me balanceo y maúllo.
    Es cierto que llega el invierno con sus noches eternas y su frío en rencores.
    Es cierto que se avecinan las tormentas y los llantos, las huídas y el eco del silencio.
    Es cierto que se me muere un poquito, en su jaula de cera,
    el calor y la calma de lo que pareció primavera.

    En mi línea subrayada sobre el horizonte, dibujo perfiles borrosos de cuentos confusos.
    Y reconozco ciertas todas las historias que antes contadas parecían mentira.
    Los usos perdidos, los parajes lejanos, los sueños recurrentes, las manchas de tinta.
    Matamos a hachazos todos los personajes que parecían perfectos,
    nos bebimos su sangre, nos follamos su miedos. Lo hicimos porque pisotearlos
    no te hubiese parecido suficiente.
    Lloramos y reímos. Y fuimos cómplices de nuestras propias histerias.
    Quiero dejar la ciudad y escaparme volando de nuevo.
    Quiero no conocer mi línea subrayada e inventarla donde quiera.
    Quiero no saber el tiempo que se avecina, ni querer quiero sentirme en este cuadro.
    Violento. Oscuro. Mosaico. Olvido.
    Me siento abrumada, observada y ecléctica.
    Me siento traidora, enganchada, manchada y afónica.
    Me siento fatiga.
    Me siento derrota.

    Sobre mi línea subrayada se escriben los poemas. Ellos se inventan solos y solos
    se tergiversan. Sobre mi línea subrayada
    tiendo al sol todas mis miserias.

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  4. ENJAMBRE DE ENTRAÑAS


    No puedo hacer más que desgarrarme y sangrar.
    El metal afilado rasgando mi corteza suena como un chillido histriónico
    y un enjambre de abejas se me escapa de dentro a borbotones,
    mis huesos rotos y mi voz quebrada,
    asomada a mi balcón me agito y braceo, como en un poema recitado con voz maldita,
    y soy en mi espejo y en mi conversación eterna a solas
    la mayor de las reinas del drama.
    Más que tú, y que tú, y que otros.

    No puedo hacer más que romperme y volcar mis entrañas sobre la mesa.
    No puedo hacer más que convulsionar y rendirme.
    No sabré asir con fuerza los cuernos, mirar de frente a la bestia,
    bufar en su boca, comerme sus ojos, rugir más feroz, moverme audaz, pisar y vencer.
    No sabré sino explotar y disentir.
    No sabré sino apagarme.

    Tiemblo. Las líneas quebradas que dibujan mis manos se emborronan
    y distorsionan lo que veo, lo que oigo, disfrazan los olores y todo sabe a negro.
    Me asomo a mis versos y me escupo encantada.
    Aún a ratos, me aborrezco.
    No soy sino lo que soy esparcida, derramada, rota, abierta y vaciada.
    No soy sino lo que soy desgarrada.
    No soy sino mi enjambre de entrañas.

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